" Uno escribe su propia vida, sólo que, por pudor, la escribe en jeroglífico."
Francisco Ayala.

15 ago 2010

Miedo.

Por eso ella nunca llegó. Porque sabía lo que sucedería. Sabía… quién era él. Y no lo dijo nunca. Siempre lo calló. Para hacer como si no existiera… para hacer como si nunca hubiese existido. Siempre tuvo miedo. Miedo. Miedo al amor. A él nunca. Porque sabía quién era él. Le conocía. Como conocía su sonrisa. Y su manera de saber… lo que tenía que decir. Él, siempre la quiso. Como quién quiere a su propia vida. Como quién sabe lo que quiere a cada instante. Y él… él sabía quién era él. Y por supuesto… sabía quién era ella. Y el amor no se puede comprar como se compra el pan. Y ellos se querían. Como se quieren dos enamorados. Y eran tan jóvenes que no supieron apreciarlo. No sabían amar. Y mucho menos su significado. Y por eso ella nunca llegó. Porque al escuchar su voz… al escuchar “Luego nos vemos”, supo que estaba enamorada. Y entonces… entonces tuvo mucho miedo. Porque ella no sabía amar. Y él, él mucho menos. Nunca supo amar. Nunca supo estar enamorado. Pero él… la miraba y sabía que estaba enamorado. Pensaba en ella… y sabía que estaba enamorado. Pero no tenía miedo. Él nunca tuvo miedo. Porque le gustaba arriesgar. Experimentar. Y lanzarse a la aventura. Porque tenía ganas de aprender a amar. Y mucho más… de ser amado. Porque se quería a sí mismo. Y sabía quién era él y lo que quería. Por eso esperó. Esperó hasta el amanecer. Y no apareció. En ese lugar, en ese instante… se consumió. Y se querían como nadie… como quien evita lo inevitable. Como quien sabe que hay cosas que han de pasar. Y aquella noche de verano… se quedaron sentados. Cada uno en un rincón de la ciudad. Esperando a que amaneciera… a que fuera otro día. Esperando a que el miedo desapareciese.

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