Por eso ella nunca llegó. Porque sabía lo que sucedería. Sabía… quién era él. Y no lo dijo nunca. Siempre lo calló. Para hacer como si no existiera… para hacer como si nunca hubiese existido. Siempre tuvo miedo. Miedo. Miedo al amor. A él nunca. Porque sabía quién era él. Le conocía. Como conocía su sonrisa. Y su manera de saber… lo que tenía que decir. Él, siempre la quiso. Como quién quiere a su propia vida. Como quién sabe lo que quiere a cada instante. Y él… él sabía quién era él. Y por supuesto… sabía quién era ella. Y el amor no se puede comprar como se compra el pan. Y ellos se querían. Como se quieren dos enamorados. Y eran tan jóvenes que no supieron apreciarlo. No sabían amar. Y mucho menos su significado. Y por eso ella nunca llegó. Porque al escuchar su voz… al escuchar “Luego nos vemos”, supo que estaba enamorada. Y entonces… entonces tuvo mucho miedo. Porque ella no sabía amar. Y él, él mucho menos. Nunca supo amar. Nunca supo estar enamorado. Pero él… la miraba y sabía que estaba enamorado. Pensaba en ella… y sabía que estaba enamorado. Pero no tenía miedo. Él nunca tuvo miedo. Porque le gustaba arriesgar. Experimentar. Y lanzarse a la aventura. Porque tenía ganas de aprender a amar. Y mucho más… de ser amado. Porque se quería a sí mismo. Y sabía quién era él y lo que quería. Por eso esperó. Esperó hasta el amanecer. Y no apareció. En ese lugar, en ese instante… se consumió. Y se querían como nadie… como quien evita lo inevitable. Como quien sabe que hay cosas que han de pasar. Y aquella noche de verano… se quedaron sentados. Cada uno en un rincón de la ciudad. Esperando a que amaneciera… a que fuera otro día. Esperando a que el miedo desapareciese.
" Uno escribe su propia vida, sólo que, por pudor, la escribe en jeroglífico."
Francisco Ayala.
15 ago 2010
Miedo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario