Él y ella, sentados en el suelo, viendo caer la lluvia tras el cristal de la ventana. Ella apoyaba su cabeza en el hombro de él. Y él posaba su mano izquierda en la pierna derecha de ella. Los dos se preguntaban lo mismo: “¿En qué pensará?” Y a los dos segundos los dos se inundaban de recuerdos intensos y húmedos. Al rato, ella se atrevió a realizar la pregunta:
- ¿- -En qué piensas?
- -En nada en concreto. – Contestó él.
- ¡Venga ya! – Y ella se echó a reír mientras se aparta de él. Él, con cara seria y extrañada se situó enfrente de ella.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? – Preguntó entonces él.
- Porque me has mentido. No me creo que no pensaras en nada. – Respondió ella entre risas.
Él cogió la cabeza de ella entre sus manos y la acercó mucho a la suya. Mirándole a los ojos fijamente le dijo:
- No te he mentido, mi vida. He dicho toda la verdad, y no he dicho que no pensara en nada sino que no pensaba en nada en concreto. Pensaba en muchas cosas. En tus labios, en tu boca, en tu sonrisa y en todo tu cuerpo, junto al mío, muy cerca, rozando el mío. En lo que siento cuando me besas. Y en lo que siento cuando te vas. En cada instante que paso contigo. En ti, cariño, pensaba en ti. En ti y en tus besos, dulces y cálidos. En tus caricias y sobre todo en las veces que me dices “te quiero”. En definitiva, pensaba en todo y en nada a la vez.
Cuando se separó de ella pudo ver como caían lágrimas por sus mejillas y la miró extrañado. Ella sonrió y le dijo:
- Te quiero.
Y entonces fue él el que dejo escapar sus lágrimas.
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