El aroma a sal la envolvió por completo. La gente en las terrazas parecía estar disfrutando del verano. Y el sonido del mar le recordó quien era.
Después de pasar una mala época no podía sentirse mejor. Las lágrimas no aparecían en cada momento, y las sonrisas surgían hasta en los malos momentos. Blanca sabía como era el infierno. Sabía a que sabía la derrota. Y el odio. Nunca supo como era el amor, porque nunca se quiso a sí misma.
Y el ocaso del odio llegó en el verano en el que no dejó de nevar. Eros se abrió paso en su mundo de odio y entonces los días empezaron a tener sol. Blanca comprendió quien era, al igual que comprendió el valor de una sonrisa. La tristeza no volvió a viajar en primera, y solo aparecía en los momentos en los que era preciso aparecer.
Blanca empezó a sentirse bien justo en el verano en el que no dejó de nevar. En el que, como en las canciones de Sabina, siempre había un sabor amargo y otro dulce.
Y esa noche de verano, en la que no podía dormir, volvió a recordar quien era... Aquella chica sonriente a la que nada, ni nadie podía hacer caer.