Su corazón estaba herido, apuñalado, destrozado. Y él lo sabía, debía saberlo. Ella era débil como un cristal fino, como el diente de león que al soplarle se divide en partes muy pequeñitas. Por eso siempre intentó hacerlo lo mejor posible, aunque no obtuviera resultado alguno. Porque las personas débiles no saben cuidar de otros. Ella siempre intentó hacer de él una persona fuerte y segura, que dejase atrás esos miedos que le ataban. Destruir ectoplastas. A ella le encantaba escucharle, por que le escuchaba y se escuchaba a sí misma. Y le odiaba, y se odiaba. Él también era débil, muy débil. Quizás la culpa la tuvo la falta de amor propio.
Llegó el día en que él dejo de valorar todo esto. Dejó de valorar las sonrisas, los abrazos, los besos. Las lágrimas compartidas, las risas. Las canciones. Y se dedicó a escavar un agujero en el corazón de ella. Ese corazón tan frágil, tan débil. Y en cambio ella le dedicó solo sonrisas. Desde entonces no había vuelto a ser la misma y él debía saber la razón.
Lo que él no sabía es que hacía un tiempo que ella había dejado de creer en las personas, que había decidido que ella era lo más importante, había decidido creer en ella. Había empezado a dejar atrás a los miedos, esconder las lágrimas y destruir ectoplastas. Había empezado a creer que no tenía la culpa de todo, que era capaz de hacer las cosas bien. Había dejado de odiarse.
Lo que él no sabía es que había decidido que por esa cara no iba a caer ninguna lágrima más.
Así que se decantó por olvidar todo, por continuar. Supo que lo había hecho lo mejor posible, que no quiere decir bien.
Lo que él no sabía es que ella había decidido ser feliz justo el verano en el que no dejó de nevar...
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