" Uno escribe su propia vida, sólo que, por pudor, la escribe en jeroglífico."
Francisco Ayala.

22 ago 2011

El ocaso del odio.

Aquella noche no podía dormir. Hacía mucho calor y el ruido de la calle era insoportable. Se vistió con lo primero que encontró en el armario y salió al balcón.
El aroma a sal la envolvió por completo. La gente en las terrazas parecía estar disfrutando del verano. Y el sonido del mar le recordó quien era.
Después de pasar una mala época no podía sentirse mejor. Las lágrimas no aparecían en cada momento, y las sonrisas surgían hasta en los malos momentos. Blanca sabía como era el infierno. Sabía a que sabía la derrota. Y el odio. Nunca supo como era el amor, porque nunca se quiso a sí misma.
Y el ocaso del odio llegó en el verano en el que no dejó de nevar. Eros se abrió paso en su mundo de odio y entonces los días empezaron a tener sol. Blanca comprendió quien era, al igual que comprendió el valor de una sonrisa. La tristeza no volvió a viajar en primera, y solo aparecía en los momentos en los que era preciso aparecer.
Blanca empezó a sentirse bien justo en el verano en el que no dejó de nevar. En el que, como en las canciones de Sabina, siempre había un sabor amargo y otro dulce.
Y esa noche de verano, en la que no podía dormir, volvió a recordar quien era... Aquella chica sonriente a la que nada, ni nadie podía hacer caer.

16 ago 2011

Lo que él sí sabía.

Hacía ya tiempo desde que ella lo había decidido. Desde que había decidido quién era importante y quién no. Él, sin lugar a dudas, era importante. Y él lo sabía, debía saberlo.
Él sabía que ella nunca había sido feliz. Al igual que sabía como eran sus sonrisas sinceras, como saben sus mejillas al morderlas. Él sabía todo lo que guardaba dentro, como pocos lo sabían.
Sabía a qué sabían las lágrimas que ella derramaba. Sabía lo bien que le sentaban las sonrisas después de llorar. Por eso nunca se alejó del todo, porque sabía que ella le necesitaba. Como al sol. Y los abrazos y las risas. Y las tonterías. Las miradas de complicidad y las carcajadas. Y las canciones...

9 ago 2011

Lo que él no sabía.

Hacía un tiempo que ya no le creía cuando decía que le quería. Cuando decía que le gustaba su sonrisa, cuando decía que le necesita a su lado. Hacía un tiempo que había dejado de creer en él. "Estás cambiada." Le decía. Y ella no podía evitar esa mirada de incredulidad, de desolación. ¿Cómo no iba a estar cambiada si el frío se había adueñado de su cuerpo en pleno verano?
Su corazón estaba herido, apuñalado, destrozado. Y él lo sabía, debía saberlo. Ella era débil como un cristal fino, como el diente de león que al soplarle se divide en partes muy pequeñitas. Por eso siempre intentó hacerlo lo mejor posible, aunque no obtuviera resultado alguno. Porque las personas débiles no saben cuidar de otros. Ella siempre intentó hacer de él una persona fuerte y segura, que dejase atrás esos miedos que le ataban. Destruir ectoplastas. A ella le encantaba escucharle, por que le escuchaba y se escuchaba a sí misma. Y le odiaba, y se odiaba. Él también era débil, muy débil. Quizás la culpa la tuvo la falta de amor propio.
Llegó el día en que él dejo de valorar todo esto. Dejó de valorar las sonrisas, los abrazos, los besos. Las lágrimas compartidas, las risas. Las canciones. Y se dedicó a escavar un agujero en el corazón de ella. Ese corazón tan frágil, tan débil. Y en cambio ella le dedicó solo sonrisas. Desde entonces no había vuelto a ser la misma y él debía saber la razón.
Lo que él no sabía es que hacía un tiempo que ella había dejado de creer en las personas, que había decidido que ella era lo más importante, había decidido creer en ella. Había empezado a dejar atrás a los miedos, esconder las lágrimas y destruir ectoplastas. Había empezado a creer que no tenía la culpa de todo, que era capaz de hacer las cosas bien. Había dejado de odiarse.
Lo que él no sabía es que había decidido que por esa cara no iba a caer ninguna lágrima más.
Así que se decantó por olvidar todo, por continuar. Supo que lo había hecho lo mejor posible, que no quiere decir bien.
Lo que él no sabía es que ella había decidido ser feliz justo el verano en el que no dejó de nevar...