Cuando Cris se despertó aquella mañana de domingo sabía que jamás se volvería a acostar en aquella cama. Ni a levantar. Cuando Cris recogió su ropa del suelo, sabía que jamás volvería a recoger ninguna prenda de aquel suelo. Cuando Cris salió por aquella puerta, sabía que jamás volvería a salir por allí. Ni a entrar.
Cris sabía todo eso, lo sabía muy bien. Tan bien que sabía todo aquello antes de que sucediera, antes si quiera de que pudiera imaginar que sucediera. Y aquella mañana de domingo, soleada, como tantas otras, no sería jamás como tantas otras. Aquella mañana de domingo salió de aquella casa, aquella casa en la solo estaría una vez en su vida, aquella casa que había sido testigo del placer exquisito de su piel, de ese placer que tan solo dura una noche, unas horas, unos minutos. Aquel placer que era cada vez un placer diferente. Diferente, como la vida que le depararía después de aquella mañana de domingo soleada. Porque Cris había decidido esa mañana que jamás volvería a ser un juguete, Cris había decidido que a partir de aquella mañana sería jugadora. "Nos proponemos complacer." Y a partir de aquella mañana ella se propuso complacer y ser complacida. Aquella mañana Cris salió de aquella casa para nunca más volver.
Aquella mañana, Cris salió de su vida para nunca más volver.
Palabra de Susana Bailén
" Uno escribe su propia vida, sólo que, por pudor, la escribe en jeroglífico."
Francisco Ayala.
24 feb 2013
10 feb 2013
La belleza de lo imperfecto.
No han sido pocas las veces que me he preguntado qué es lo que hace que me guste tanto. La miro y sé que me encanta. La miro y me resulta perfecta. Y aunque sé que no lo es, me emociono al recorrer su cuerpo con la mirada. Me emociono al escuchar su risa. Me emociono aún más cuando esa risa la provocan mis bromas. Y aunque sé que no es perfecta, no dudo ni un instante al reconocer que me parece perfecta. Y me derriten sus ojos al mirarme, y me estremece su risa al estallar, y me indignan sus inseguridades, sus miedos, sus imperfecciones. Y si cada vez que la miro me resulta más bella, más atractiva, más mujer y más niña, no consigo comprender qué es lo que hace que me guste tanto. Su mirada ingenua, su escalofriante inteligencia, su más sincera bondad. Todo. Toda ella es perfección. Y sé que no es perfecta, lo se. Pero no puedo evitarlo, no puedo evitar recordarla y sentir que lo es. Y aunque ella no deje de sacarse defectos e imperfecciones, todos y cada una de ellas me parecen perfectamente imperfectas. Y toda esta perfección me hace sentir ridículamente imperfecto, un hombre tartamudeando cómicamente a su lado, un simple mortal al lado de su diosa.
Y aún así, no logro entender qué es lo que hace que me guste tanto; si es su perfección o su perfecta imperfección.
Y aún así, no logro entender qué es lo que hace que me guste tanto; si es su perfección o su perfecta imperfección.
7 nov 2012
El pozo.
El día que él se fue llegó el invierno. Llegó el invierno y también las nubes. Llegó la lluvia. Llegaron las tinieblas. Y él ya no estaba. Él ya no me abrigaba. Ya no me abrigaba porque ya no estaba. Y eso era el horror, el dolor. Él ya no estaba y hacía frío, mucho frío. Y llovía. Llovía fuera y llovía dentro. Llovía en lo más profundo de mí. Mi corazón lloraba su ausencia. Su pérdida. Porque lo había perdido yo solita.
El día que él se fue llegó el dolor. Ese dolor que hacía tanto que no aparecía. Ese dolor que solo él convertía en risa. Las lágrimas que él un día convirtió en sonrisas habían vuelto. Habían vuelto y ahora le lloraban a él. Todas las heridas que él había conseguido reparar, que sólo él había conseguido curar, supuraban ahora como nunca lo habían hecho. ¿Y cómo no llorarle, cómo no concederle el privilegio de mis lágrimas a quien nunca me dejó caer? Él, que siempre estuvo, que estuvo cuando no estaba esa gente que prometía no fallarme nunca. Él, que nunca me dejó caer. Él me dejaba caer ahora a lo más hondo de el pozo. Donde todo era oscuro, donde todo era negro. Él me dejaba caer para no levantarme después. Porque ya no estaba, él ya no estaba y yo no lo podía aceptar. No lo podía creer.
Y yo estaba en lo más hondo de aquél pozo maloliente. En lo oscuro, en lo negro. Sin saber que la salida, que la felicidad, estaba mucho más cerca de lo que parecía.
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