Cuando Cris se despertó aquella mañana de domingo sabía que jamás se volvería a acostar en aquella cama. Ni a levantar. Cuando Cris recogió su ropa del suelo, sabía que jamás volvería a recoger ninguna prenda de aquel suelo. Cuando Cris salió por aquella puerta, sabía que jamás volvería a salir por allí. Ni a entrar.
Cris sabía todo eso, lo sabía muy bien. Tan bien que sabía todo aquello antes de que sucediera, antes si quiera de que pudiera imaginar que sucediera. Y aquella mañana de domingo, soleada, como tantas otras, no sería jamás como tantas otras. Aquella mañana de domingo salió de aquella casa, aquella casa en la solo estaría una vez en su vida, aquella casa que había sido testigo del placer exquisito de su piel, de ese placer que tan solo dura una noche, unas horas, unos minutos. Aquel placer que era cada vez un placer diferente. Diferente, como la vida que le depararía después de aquella mañana de domingo soleada. Porque Cris había decidido esa mañana que jamás volvería a ser un juguete, Cris había decidido que a partir de aquella mañana sería jugadora. "Nos proponemos complacer." Y a partir de aquella mañana ella se propuso complacer y ser complacida. Aquella mañana Cris salió de aquella casa para nunca más volver.
Aquella mañana, Cris salió de su vida para nunca más volver.
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