Aquel momento fue uno de ellos.
Me había pasado todo el día quejándome. Digamos que había sido un día realmente malo. Para empezar, Carlos me había llevado al puerto, no sabía que Javi y yo nos conocimos allí. Había reservado en un restaurante donde solo cocinaban pescado, tampoco sabía que soy alérgica. Y me había comprado una caja de bombones, no, tampoco sabía que no me gusta el chocolate. Después de estas y otras más chapuzas, la cara de Carlos era un poema. Me sentía culpable, muy culpable. Aunque aún no entendía por qué. Carlos lo había preparado todo con mucha ilusión y yo se lo estaba fastidiando.
Estabamos sentados en la orilla del mar. El agua empapaba nuestros pies fríos. La luna estaba llena.
- ¿Sabes? Creo que estoy echando a perder la gran oportunidad de mi vida. - Dijo fríamente y sin apenas mirarme.
- Pero... ¿por qué lo dices?
- Por tu cara. Se te nota que no estás contenta conmigo.
- Eso no es cierto - Y realmente no lo era.- Estoy contenta contigo, y muy a gusto además.
- Te quiero Lucía.
Y ya no supe qué decir.