Su sonrisa en mi boca y la mía en la suya. Su mano pequeña en mi mano grande. Hicimos mucho aunque no lo crean. Ella sabía que todo saldría bien, pero no pudimos hacer nada.
Y no soltó ni una lágrima, ni una sola. A veces me sorprende su fortaleza. Y como es capaz de esconder en una sonrisa todo el dolor que lleva dentro.
Sara es diferente a todo lo que hay por aquí. Y una sola sonrisa puede cambiarlo todo en mí.
Como en aquella noche en la que no se pudo hacer nada y en cambio hicimos mucho.
Llevábamos muchos días sin vernos. Habíamos tenido una pelea y decidimos darnos un tiempo. Y en esa noche decidí que ya no nos besaríamos más. Que lo nuestro había muerto y que no podíamos hacer nada. Yo hablaba y hablaba, trataba de explicarme, pero Sara no decía nada. Sonreía. Y yo no tuve más remedio que sonreír.
Aquella noche acabó todo. Nada se pudo hacer. Pero Sara me había regalado la sonrisa más bonita del mundo. Nuestra última sonrisa. Nada se pudo hacer y en cambio hicimos mucho.
Al cabo del tiempo comprendimos que habíamos hecho mucho. Y que esa no sería nuestra última sonrisa. Que nos volveríamos besar. Pero esa... esa es otra historia.