Me sentía tan culpable. Yo le quería. Le quería mucho. Pero no lo suficiente como para parar la tentación, el deseo, la pasión.
Alex me corrompía, y lo supe desde que lo conocí. Desde que me paró en la estación de tren. Él, con cada gesto, con cada mirada, con cada sonrisa desarmaba mi vulnerable corazón. Pero yo había sido fuerte, había resistido todo este tiempo, porque le quería, porque amaba a Fer. Pero aquella trágica tarde de febrero, lluviosa, triste, se había convertido en la peor de todas las tardes. Y ahora lo comprendía. Comprendía porque la lluvia era triste, porque para todo el mundo era triste, menos para mí. Ahora la lluvia se me pegaba en la conciencia, me quemaba, y el olor a húmedo se había convertido en putrefacto, en un olor pésimo.
Aquella tarde marcó un antes y un después en mi vida. Había hecho mucho daño a mucha gente, y sobretodo a mí misma. Por eso corrí hacia el armario, cogí toda la ropa que tenía allí y la metí en maletas. Cogí todo lo que pudiera recordar a mí, todas la fotos, mis regalos, mis cuadernos, y me fui. Bajé las escaleras casi al trote mientras escuchaba a Fer pidiéndome que no me fuera. Ana me advirtió de que no tenía a donde ir, y me dijo que me quedara una noche más. Pero no les hice caso. No iba a hacerles más daño aún. Y cerré la puerta de la entrada tras de mi. Oí los llantos de un niño pequeño y abandonado, y las consolaciones de una madre a la que le han arrebatado a su niño pequeño. Me partió el corazón, pero ya era tarde. Yo lo sabía. Y el también. Todo el mundo lo sabía.
Anduve cargada de maletas y bolsas por toda la ciudad. Llovía. Y me quemaba, me daba tanto asco. Me senté en un portal. Estaba sola y no sabía a quien llamar, así que saqué mi teléfono móvil y marqué el primer número que me vino en mente.
- ¿Álex? Álex necesito tu ayuda. Es urgente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario