Apagué el ordenador y me levanté de la silla. Me dirigí hasta mi cama, me tumbé. Apagué la luz, y me puse a cantar. Nacesitaba un poco de tiempo, solo un poco. Necesitaba un poco de tiempo para pensar, para reflexionar. Canté y sentí cada una de mis palabras en mi pecho, sentí el sonido de mi voz en mis oidos. Dulce, relajado. Escuché las palabras que liberaban mis labios, una por una, las enlazé entre sí y les di un signifacado, entonces lo comprendí. Cerre mis labios para que no liberaran ningún sonido más, encendí la luz y me incorporé... me dí cuenta de que mis mejillas estaban mojadas y me las sequé con la manga de la camisa. Miré un momento la lámpara de mi habitación, y salí apresurada de ella... abrí la puerta de mi casa para cerrarla trás de mi. Y me puse a correr... corrí hasta el parque, mi parque. Me senté en el césped sola, aislada, observé a las palmeras que se elevaban por encima de mi cabeza, observé el cálido vaivén de sus palmas, allá en lo alto. Observe sus troncos firmes que se impulsan hacia el cielo, los cuales parecen tambalearse, siempre, cada vez que hay viento. Y me acordé de cuando era pequeña, de cuando iba al colegio. Me acordé de lo que siempre nos contaban, año tras año... "¿Sabeis que no se sabe hasta cuanto puede llegar a medir una palmera? Pues resulta que antes de que termine por completo su creciemiento, cuando llegan a los 20 metros aproximadamente, el tronco se quiebra y se cae. También es importante que sepais que tienen una vida de entre 250 y 300 años, increíble, ¿verdad? Así que es muy probable que las palmeras midan mucho más de lo que vemos nosotros."
Me quedé atónita, al igual que tras aquella explicación, año tras año. Las observé, seguí su perfecta coreografía y apollé mi espalda en una de ellas, cerré los ojos y pasé toda la tarde así... imaginando ser palmera.
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